10 abril 2010

Semana Santa en Cataluña

Esta Semana Santa no hemos bajado a La Carihuela porque habíamos planificado viajar a Gerona para echar unos días de turismo en compañía de Carlos y Alicia y los padres y hermana de ésta. No obstante, habíamos acordado realizar un viaje tranquilo, parando en algunos lugares para visitarlos, evitando llevar a cabo un viaje extenuante.
Salimos el miércoles camino de Tarragona. El tráfico fue escaso y el viaje transcurrió apaciblemente. Hacia las once y pico llegamos al Monasterio de Piedra, primer alto en el Camino. Realmente son impresionantes algunas de las cascadas que hay en el mismo. Dimos un agradable paseo siguiendo las indicaciones del folleto de visita. El tiempo nos acompañó, no hizo un calor excesivo ni tampoco una temperatura desagradable. Evidentemente lo que más impresiona es la Cascada del Caballo y el descenso que hay que hacer a través de unas escaleras interiores excavadas en la roca, a través de las cuales vas viendo dicha cascada a diferentes alturas. ¡Es realmente bonita!
Otro punto de la visita muy, pero que muy atractivo es la visita al Lago del Espejo. Verdaderamente te deja perplejo la belleza del paisaje reflejado en el agua. Tengo algunas fotos que acreditan tal maravilla.
Después de unas cervezas y un par de bocadillos, continuamos hacia Tarragona, ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad. Y a decir verdad que no desmerece tal denominación. Llegamos a media tarde. Nos dirigimos al Hotel de la Font, situado en la acogedora Plaza del mismo nombre. Una vez dejado el equipaje en las habitaciones y refrescado y descansado nuestros cuerpos, salimos a dar una vuelta por los alrededores del hotel, que contienen multitud de edificios y monumentos para visitar. Estuvimos callejeando y paseamos por delante del Ayuntamiento, de la Catedral (con unos frisos románicos en la portada maravillosos), de la Plaza del Foro, del Anfiteatro romano, etc.
Tras este relajante paseo, lleno de lugares perfectos para plasmarlos en fotografía, nos fuimos a cenar (más bien picotear) a la Plaza de la Font. Estuvimos en un bar llamado La Penya, y comimos y bebimos hasta saciar nuestras demandas, eso sí, acompañados por el partido Arsenal-Barcelona, que se jugaba esa noche.
Al día siguiente (jueves), tras desayunar en una cafetería de los alrededores del hotel, nos dirigimos a visitar en mayor profundidad el Anfiteatro romano y la Catedral.
El Anfiteatro es una verdadera preciosidad; se encuentra muy bien restaurado y conservado. Únicamente los restos de una antigua basílica y de una vieja necrópolis afean la visión global de este monumento. La Catedral, por su parte, es muy coqueta; un excelente ejemplo del gótico español con un magnífico y muy tranquilo claustro.
Hacía las una de la tarde salimos de Tarragona en dirección a Figueras. Decidimos hacer un alto para almorzar en Tossa de Mar, bellísima ciudad costera con un recinto amurallado y su ciudad medieval digna de visitarse. Antes de iniciar la visita decidimos almorzar en un restaurante a pie de playa llamado Rem Vell (Remo Viejo). La comida fue considerable y de una calidad alta (ensaladas varias, arroz negro, fideuá, y sus respectivos postres).
Al finalizar la comida nos desplazamos, paseando tranquilamente hace la ciudad amurallada. El camino de acceso no presentaba grandes dificultades, a pesar de estar encaramada esta villa en un elevado promontorio sobre el mar. Las vistas, a medida que íbamos subiendo, ganaban en belleza: la agreste costa gerundense en su lucha permanente con el mar. Increíbles las vistas desde el faro. Allí tomamos unos refrescos y descendimos hacia la ciudad turística. Esta bajada tiene rincones bellísimos y dignos de ser plasmados en alguna que otra foto.
Completada la visita enfilamos en dirección a Figueras, ciudad a la que llegamos alrededor de las siete de la tarde.
Allí nos reunimos con el padre de Alicia y nos fuimos a dar un paseo por la ciudad, ya que Mari (la madre) estaba aún trabajando, por lo que dimos un paseo de aproximación, haciendo hora para que finalizara su jornada laboral. Cenamos en casa tranquilamente.Figueras es una ciudad muy hermosa, llana, amplia, con edificios señoriales y con una Rambla pequeñita pero muy coqueta. Paseamos por ella con tranquilidad, viendo las fachadas del Museo del Juguete y del Museo del Ampurdán. Nos dirigimos hacia el Ayuntamiento, bello edificio de finales del XIX, y desde allí, a la joya de la corona, el Museo Dalí y la Iglesia de San Pedro, bello ejemplar del gótico catalán.
El Museo Dalí, excéntrico como el personaje al que está dedicado, cumple todas las expectactivas y tópicos que uno se fija antes de entrar, aunque en el lugar no abunden las obras más conocidas de este pintor. Me sorprendió el exceso de visitantes, que llegaba a agobiar en alguna de sus salas. Creo que una afluencia más restringida mejoraría la visita con creces. Destaca sobre todo el patio con el famoso Cadillac y el escenario del antiguo teatro donde se encuentran obras de enormes proporciones. Impresiona asimismo la magnificencia de la cúpula, intensamente azul la mañana que la visitamos. Interesante, aunque con demasiado público y mucha espera, es la sala Mae West, montaje sobre la cara de esta actriz americana que, con las prisas de la cola de personas esperando y empujándote a la salida, no se disfruta en toda su intensidad. También resulta muy seductoras las colecciones de acuarelas y pinturas dedicadas al Quijote y a la Divina Comedia.
Quizá lo que queda un poco fuera de lugar es la colección de Antonio Pixot, amigo personal e inseparable de Dalí en sus últimos años de vida, y actual director del Museo. Pixot presenta una colección cuando menos original. Copia escenas de cuadros clásicos y crea obras propias. Lo destacable es que toda la escena está conformada con piedras: los personajes, el paisaje, el mar, la naturaleza... todo son piedras de distinto tamaño y textura.
Finalmente, como postre a la visita, nos dirigimos a la sección de joyas diseñadas por este genio, donde la lujuria y el desenfreno campan a sus anchas: piedras preciosas de todas clases, oro de todas las calidades y colores, resultados imposibles de imaginar...
El sábado, 3 de abril, nos levantamos temprano, desayunamos y enfilamos con el coche en dirección a Francia. Íbamos a visitar la tumba de D. Antonio Machado, lugar de promesas del pasado que, gracias al empeño de mi hijo Carlos, pude cumplir. Fuimos bordeando toda la Costa Brava hasta llegar a Port Bou. Es difícil imaginar setenta años atrás al poeta atravesar la frontera, cargado de amargura y melancolía. Hicimos un alto en el faro de Cerbère, primera población francesa que se cruza con el viajero. Las vistas de la costa son impresionantes. La línea costera cae a plomo sobre acantilados salvajes. Al fondo, se ve la ciudad y en ella, la estación de tren donde arriba D. Antonio una mañana de finales de enero de 1939.
Continuamos viaje por tierras de viñedos derramándose colinas abajo (denominación francesa de origen de Banyuls), hasta llegar a Colliure, coqueto pueblecito marinero, muy visitado y querido por pintores y poetas del siglo pasado.
(CONTINUARÁ)

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