11 septiembre 2006

¡Se ha caído un señor mayor!

¡Joder! El sábado pasado me ha supuesto una descarga de adrenalina en el cuerpo que ya quisiera tenerla Harrison Ford en el papel de Indiana Jones.
Iba paseando tan tranquilo, de vuelta a casa, con mi cuñado por la calle Carmen de La Carihuela, después de haber comprado los periódicos del día. Esta calle ha sido remozada recientemente por el Ayuntamiento. Han levantado el antiguo pavimento y han colocado unas baldosas de mármol blanquecino (eso sí, con muchas imperfecciones), adornadas por unas grandes estrellas en tonos rojizos.
Estéticamente podríamos decir que la calle ha mejorado bastante ya que con la reforma se han remozado también otros elementos del mobiliario urbano: papeleras, farolas, iluminación, etc.
Pero esta calle supone un peligro en potencia para los viandantes y éste es el agua. Unas gotas del líquido elemento sueltas en el pavimento suponen un elevado riesgo para las personas que pasean: la probabilidad de resbalar y caer al suelo es altísima.
Y eso ha sido lo que me ha ocurrido a mí. Parece ser que acababan de descargar unas cajas de pescado para un restaurante y las habían dejado en el suelo antes de entrarlas a la cocina del mismo. Como todo el mundo sabe, el pescado se cubre con hielo para que se conserve mejor, hielo que a temperatura ambiente se va derritiendo y, evidentemente, mojando el suelo.
Esas gotitas traidoras provocaron mi caída al suelo. Tuve suerte, caí casi a cámara lenta, sujetándome a mi cuñado, sin causarme daño alguno. Pero, me caí completamente todo lo largo que soy.
Y ahí viene el origen de este post. Una señora que estaba charlando con otra vecina se nos acercó con la intención de ayudarme gritando: «¡Se ha caído un SEÑOR MAYOR!», regañando al empleado que había entrado las cajas de pescado y había dejado agua en el suelo -me dio la sensación que no era la primera caída que presenciaba-.
¡Joder! ¡Que me puse a cavilar y no dejaba de darle vueltas a la expresión «señor mayor».
En el fondo, aunque voy aceptando progresivamente y de buen grado las limitaciones físicas que van apareciendo y las manifestaciones corporales que surgen, yo todavía me creía que mantenía una lozanía que aún se manifestaba externamente. Pues no, por mucho que me empeñe, ¡ya soy un señor mayor!

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